viernes, 3 de octubre de 2008

La mujer de la espalda desnuda




LA VOZ DE CLARA FISHER
LA MUJER DE LA ESPALDA DESNUDA
Hay una extraña que me habita y no soy yo. Yo es una palabra vacía. Yo es otra. Escucho un llanto allá lejano, un llanto que es como el mío. Escucho una risa desmesurada que resalta y se amplifica. Una risa que punza mis oídos con sus retorcidas demencias. ¿De qué llanto es la risa perdida y visceral? Deben de ser los perros enfermos que comen estiércol y químicos. Los no sanos salvados en la sombra. En los no soles pérfidos que aúllan tras las barreras de la psique del alma. Escucho el llanto eterno del devenir de un tiempo cero. Veo tú mundo al revés y vomitas mis pensamientos con la razón plagada de odio y sangre, de hambre de codicia y huérfana rotunda de la verdad que buscas. Lamento no poder ayudar en nada y darte mi espalda desnuda. No sé si estoy aquí porque perdí las llaves de la vida o porque me gané la entrada a este estadio sin salidas. En estos últimos meses para hablar conmigo me trato de usted. Creo creer que es una cuestión de confianza. El engaño ya no está sólo en la conciencia sino en la realidad misma. Camino por este jardín descolorido y me cuesta mirar hacia atrás. Cada vez que me cruzo con el de los anteojos grandes y camisa de fuerza me dice que no hay que ir en busca de la sinceridad en las relaciones humanas sino allí donde se da pura. Cuando me alejo, por la espalda desnuda me grita: ¿Quién no ve que el hombre sincero se constituye como una cosa, precisamente, para escapar de esta condición de cosa por el acto mismo de la sinceridad? Le respondo: veo tu estado errante que serpea e irrita los oídos de afuera. Él se queda gritando más fuerte, más fuerte para que sus gritos sigan siendo sus carceleros.
Por los pasillos laberínticos arrastro mi virgen espalda, camino al rededor del reloj de arena y me pierdo en el estallido de la realidad. Me gusta charlar por las tardes, en las sombras, en el borde. Me gusta el diálogo ajeno de los nadies que me hablan con palabras de viento. El conocimiento es dolor y castigo mi querido huérfano de luz. Cuántos llantos más vamos a tener que soportar para dar cuenta de las falsas afirmaciones de los hombres médicos de un sistema sin cura. Cuánta razón a la sombra y a la luz. Cuántos llantos infames del siglo de las ideas falsas yacen aquí. Qué diera por otras verdades mi querido huérfano de luz. El conocimiento es crimen y castigo, los que más sepan más deberán llorar esa fatal verdad. Escondida en la ambigüedad del pensamiento vivo, me drogan en los lapsos de razón. Qué fatal condena mi querido huérfano de luz. Nos toca vivir la no vida, nos toca ser demasiado humanos para mirarlos de frente. Para pasear por la patraña de las estériles vidrieras de las mentiras, para consumir su espesa conciencia y quebrantar su frágil delgadez. Nosotros estamos aquí por su incomprensión, por su ceguera, por su demencia atroz. Nadie en este lugar tiene turno para el mañana. La hoguera de los incomprendidos está de luto desde que quemó a Odette de Crécy. Y por cálida furia no la apagaron nunca jamás, el caldo está que arde y se pueden escuchar los gritos de las verdades peligrosas desde aquí. Yo que no soy yo los puedo escuchar desde mi catre sucio. La luz y la locura representan originalmente la manera en que hay un mundo para mí, es decir, que definen mi sentido lógico en tanto que éste es la facticidad de mi surgimiento. Ya no estoy más callada para no perder un nuevo sentido. Ya no lo estoy para seguir estando acá con quienes pueden entenderme. Creo que hago lo mismo que el de los antejos gigantes, que no ve mucho pero piensa lo que dice y lo dice para hacer pensar. La otra noche, de cuarto a cuarto y antes que la enfermera nos duerma me decía que el torrente del río está vivo, que si algún día pudiéramos ir me mostraría su alma de corriente. Mojaríamos los pies en nuevos ríos cada vez y sus aguas fuertes nos curarían las heridas y las culpas. Nuestras lágrimas serían el caudal de un nuevo pensamiento. Cada lágrima sería nueva cada vez y los pensamientos inacabables nos dejarían de secuestrar en la sombra, en el borde de la locura. Di adiós, mi querido huérfano de luz. Di adiós porque ya no estamos. Ya no somos lo que ellos piensan. Ya nos pensamos a nosotros y nos reinventamos desde la oscuridad de cada llanto mi querido pájaro de luz. En las aguas tibias y puras nos dejamos nacer en cada respiro y ellos mueren por el aborto de las masas infectas de gloria. Porque la gloria es para los que la viven y no para los que la anhelan. La gloria es mirarte y no verte mi querido pájaro de luz. La gloria es no verte y sentirte mi querido amigo huérfano de luz. Es tenerte conmigo siempre en la muerte de esta no vida. Es acariciar en el aire tu pensamiento que me incita a saltar por la borda e irme por la puerta grande. Nadie en este lugar tiene turno para un mañana. Todo lo que veo lo descreo y esta gran farsa que detesto la acabo acá. Puedo ver como los muros se desvanecen en la claridad; los atravieso, al fin, por última vez, porque ya no vuelvo. Me quedo, para siempre, en el vado del río de los pensamientos santos. Mis pies de rojo sangre los bañaré eternamente.
Esa extraña que me avita quedó en la penumbra del umbral de la locura, tendida con la espalda desnuda, víctima de sueños que nunca serán.
¡Mi querido pájaro de luz! Vuela y diles que ya no estoy aquí. Que tengo las palabras llenas de verdades como siempre. Que no me busquen. Que no se les ocurra irme a buscar por que estaré allí contigo para siempre.... mi querido pájaro de luz.

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