viernes, 3 de octubre de 2008

Hermanas en algún lugar




LA VOZ DE CLARA FISHER.

Roe mi frente dura
el lobo de la media noche.
Una escondida estrella arrima su sosiego.
Entre todos los soles ya se me canta aceite de júbilos.
Siento en mis manos venir la luz entera de la mañana.
Jacobo Fijman

HERMANAS EN ALGÚN LUGAR

Tomo un recuerdo como en un puño.
Miro la habitación de eterno otoño vacío.
Traigo a mí los soles del tiempo.
Encierro una lágrima prófuga en un recuerdo olvidado.
Mi hermana no era parte de ningún lugar. No pertenecía al mundo violento. Esto lo afirmo porque yo la conocí muy bien. Ella conmigo hablaba a lengua suelta de todo, me contaba, a veces dolida, lo que sentía, sentían, lo que pensaba. Me contaba cómo veían una realidad tan clara y desesperante. Me contaba la salida, los cambios sociales que deberían poner en práctica para que todo sea más ‘humano’, decía ella. La recuerdo en el brillo. Mi hermana caminaba por la luz. Es así, por suerte, como vuelve su presencia. Es así como la extraño y la acerco a mí en cada llanto. Ella andaba en el albor del conocimiento. La filosofía era su pasión. En la Universidad de Buenos Aires tomó vuelo propio su pensamiento. Fue allí donde comenzaron las ideas, el principio de una gran utopía. El soñar soñando la vida. El vivir la vida en el extracto del pensamiento puro. En esos años se podía pensar en cambios, pensarlos. Todos pensábamos en cambios. Ser joven. El pensamiento joven desarticulado parecía, ahora lo puedo decir desde la distancia, estar prohibido. El pie de plomo aplastaba todo brote de razón con su mente de estiércol, con sus pensamientos obtusos.
Desde que nací todos me llaman Norma, dos años más tarde nació Clara, mi hermana. Sólo sus fotos ayudan a este recuerdo vago. Dos días después de que ella apareció con vida, su rostro no era el mismo. Nunca imaginé que podía ser tan ingenua para recurrir a la justicia, a una justicia tomada, para denunciar lo que vivió. Lo que sabía.
A los veintiséis días del mes de marzo se la llevaron junto a un grupo de compañeros. Los arrastraron de la casa de Luis Vera Cruz y les hicieron vivir la muerte. Ella apareció en casa de la abuela la mañana de la tristeza, una mañana prófuga. Ella apareció no siendo ella. Cuando la abracé no la sentí, fue como abrazar una coraza, como, en realidad, no abrazarla. A llanto limpio me contó lo siguiente: ¡no sé! No sé nada, nada, lo juro. No sé qué nos pasó. Todo fue muy rápido. Nos llevaron a los tirones de pelos. Tenían armas. Muchas armas. No explicaron nada. Se llevaron los libros, revolvieron todo. Rompían todo. No sé por qué, lo juro. Sólo éramos remos. Sólo remos. No la podía ver así. Ella era mujer sensible. Mujer de razón. La mujer de la espalda desnuda en el albor de la vida. Cuando me hablaba no parecía su voz. Una voz de túnel vacío sentirás al escuchar hablar a un muerto.
Catorce días sin olvido. Catorce días después comenzó la noche a vivir el día. Nosotros la buscamos en todos los lugares. Al principio creímos que se habían ido de la ciudad. No te olvides del miedo. Creímos que podrían estar en el refugio, en lo de la tía del sur. Ellos hablaban de Uruguay, o de España. Hablaban de irse. La gente no estaba enterada de nada. Todo era invisible, en la realidad no sucedía nada. Lo que se preguntaba no se respondía. Cuando estuvo más tranquila me describió las sombras: nos tenían a todos encerrados en una especie de cuarto en ruinas, sucio de polvo de otros tiempos. Las paredes salpicadas de lamentos le hacían eco a los gritos desgarrados. Gritos lejanos, llantos de niños, de hombres, llantos sin olvido. Se escuchaban pasos. Los pasos de la muerte. Eso era realmente fuerte. Después de que escuchábamos esos pasos sin nombre ni rostro arrastraban a cualquiera de nosotros. Se podían escuchar las uñas arrancar el revoque, arrancarse la sangre. Los gritos de éstos hacían que todos gritásemos y llorásemos. Sabíamos que al que se llevaban no volvía y nunca más escuchábamos su voz. El miedo era total. La oscuridad era todo. No podíamos hablar entre nosotros y a Luis no llegué a verlo nunca más. No pude tomar sus manos ni besar sus labios por última vez. Él era mi pájaro de luz, ahora ciego de luz. Lo último que supe de él fueron sus gritos desesperados, sus gritos que aún no puedo borrar de mi memoria y parecen enloquecerme. El día a día era la realidad de la tortura y la pólvora. El olor a muerte se grabó en mi memoria y me llama con su voz de olvido. ¡Cuánto dolor...mi querido huérfano de luz! Una madrugada me tomaron de los pelos, me golpearon, pude ver la muerte sonreír. Pude ver a mi pájaro de luz llamarme. En una bolsa de arpillera me arrojaron en un descampado en las afueras del infierno. Me quedé dentro de la bolsa, lloraba y temía salir. Temía verles la cara a mis asesinos. Cuando todo se calmó y la mañana rosada me acarició, corrí desesperada. Corrí descalza y semidesnuda. Corrí hacia la luz.Todo me lo contó entre llantos, con la respiración entrecortada, con la mirada perdida. Cuando se repuso, cuando recuperó sus fuerzas salió a la calle a denunciar lo que sabía. Yo no la pude parar. Lo entendía como un error. La justicia no existía, todo funcionaba bajo el manto del miedo. Lo que más lamento es no haberla detenido. Pronto la atajó la policía y se la llevaron por demencia. Fue analizada por su sistema, por sus analistas. Ellos combinaron encerrarla en un psiquiátrico. La drogaban todo el tiempo para que no hablase verdades. Caminando por los pasillos oscuros y sin salida mi hermana seguía amando, seguía pensando de a ratos. En voz alta gritaba verdades. Yo sé que su pájaro de luz la va a guiar a un mundo mejor, a un santuario donde no exista dolor.

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