domingo, 14 de diciembre de 2008

viernes, 3 de octubre de 2008

La mujer de la espalda desnuda




LA VOZ DE CLARA FISHER
LA MUJER DE LA ESPALDA DESNUDA
Hay una extraña que me habita y no soy yo. Yo es una palabra vacía. Yo es otra. Escucho un llanto allá lejano, un llanto que es como el mío. Escucho una risa desmesurada que resalta y se amplifica. Una risa que punza mis oídos con sus retorcidas demencias. ¿De qué llanto es la risa perdida y visceral? Deben de ser los perros enfermos que comen estiércol y químicos. Los no sanos salvados en la sombra. En los no soles pérfidos que aúllan tras las barreras de la psique del alma. Escucho el llanto eterno del devenir de un tiempo cero. Veo tú mundo al revés y vomitas mis pensamientos con la razón plagada de odio y sangre, de hambre de codicia y huérfana rotunda de la verdad que buscas. Lamento no poder ayudar en nada y darte mi espalda desnuda. No sé si estoy aquí porque perdí las llaves de la vida o porque me gané la entrada a este estadio sin salidas. En estos últimos meses para hablar conmigo me trato de usted. Creo creer que es una cuestión de confianza. El engaño ya no está sólo en la conciencia sino en la realidad misma. Camino por este jardín descolorido y me cuesta mirar hacia atrás. Cada vez que me cruzo con el de los anteojos grandes y camisa de fuerza me dice que no hay que ir en busca de la sinceridad en las relaciones humanas sino allí donde se da pura. Cuando me alejo, por la espalda desnuda me grita: ¿Quién no ve que el hombre sincero se constituye como una cosa, precisamente, para escapar de esta condición de cosa por el acto mismo de la sinceridad? Le respondo: veo tu estado errante que serpea e irrita los oídos de afuera. Él se queda gritando más fuerte, más fuerte para que sus gritos sigan siendo sus carceleros.
Por los pasillos laberínticos arrastro mi virgen espalda, camino al rededor del reloj de arena y me pierdo en el estallido de la realidad. Me gusta charlar por las tardes, en las sombras, en el borde. Me gusta el diálogo ajeno de los nadies que me hablan con palabras de viento. El conocimiento es dolor y castigo mi querido huérfano de luz. Cuántos llantos más vamos a tener que soportar para dar cuenta de las falsas afirmaciones de los hombres médicos de un sistema sin cura. Cuánta razón a la sombra y a la luz. Cuántos llantos infames del siglo de las ideas falsas yacen aquí. Qué diera por otras verdades mi querido huérfano de luz. El conocimiento es crimen y castigo, los que más sepan más deberán llorar esa fatal verdad. Escondida en la ambigüedad del pensamiento vivo, me drogan en los lapsos de razón. Qué fatal condena mi querido huérfano de luz. Nos toca vivir la no vida, nos toca ser demasiado humanos para mirarlos de frente. Para pasear por la patraña de las estériles vidrieras de las mentiras, para consumir su espesa conciencia y quebrantar su frágil delgadez. Nosotros estamos aquí por su incomprensión, por su ceguera, por su demencia atroz. Nadie en este lugar tiene turno para el mañana. La hoguera de los incomprendidos está de luto desde que quemó a Odette de Crécy. Y por cálida furia no la apagaron nunca jamás, el caldo está que arde y se pueden escuchar los gritos de las verdades peligrosas desde aquí. Yo que no soy yo los puedo escuchar desde mi catre sucio. La luz y la locura representan originalmente la manera en que hay un mundo para mí, es decir, que definen mi sentido lógico en tanto que éste es la facticidad de mi surgimiento. Ya no estoy más callada para no perder un nuevo sentido. Ya no lo estoy para seguir estando acá con quienes pueden entenderme. Creo que hago lo mismo que el de los antejos gigantes, que no ve mucho pero piensa lo que dice y lo dice para hacer pensar. La otra noche, de cuarto a cuarto y antes que la enfermera nos duerma me decía que el torrente del río está vivo, que si algún día pudiéramos ir me mostraría su alma de corriente. Mojaríamos los pies en nuevos ríos cada vez y sus aguas fuertes nos curarían las heridas y las culpas. Nuestras lágrimas serían el caudal de un nuevo pensamiento. Cada lágrima sería nueva cada vez y los pensamientos inacabables nos dejarían de secuestrar en la sombra, en el borde de la locura. Di adiós, mi querido huérfano de luz. Di adiós porque ya no estamos. Ya no somos lo que ellos piensan. Ya nos pensamos a nosotros y nos reinventamos desde la oscuridad de cada llanto mi querido pájaro de luz. En las aguas tibias y puras nos dejamos nacer en cada respiro y ellos mueren por el aborto de las masas infectas de gloria. Porque la gloria es para los que la viven y no para los que la anhelan. La gloria es mirarte y no verte mi querido pájaro de luz. La gloria es no verte y sentirte mi querido amigo huérfano de luz. Es tenerte conmigo siempre en la muerte de esta no vida. Es acariciar en el aire tu pensamiento que me incita a saltar por la borda e irme por la puerta grande. Nadie en este lugar tiene turno para un mañana. Todo lo que veo lo descreo y esta gran farsa que detesto la acabo acá. Puedo ver como los muros se desvanecen en la claridad; los atravieso, al fin, por última vez, porque ya no vuelvo. Me quedo, para siempre, en el vado del río de los pensamientos santos. Mis pies de rojo sangre los bañaré eternamente.
Esa extraña que me avita quedó en la penumbra del umbral de la locura, tendida con la espalda desnuda, víctima de sueños que nunca serán.
¡Mi querido pájaro de luz! Vuela y diles que ya no estoy aquí. Que tengo las palabras llenas de verdades como siempre. Que no me busquen. Que no se les ocurra irme a buscar por que estaré allí contigo para siempre.... mi querido pájaro de luz.

Hermanas en algún lugar




LA VOZ DE CLARA FISHER.

Roe mi frente dura
el lobo de la media noche.
Una escondida estrella arrima su sosiego.
Entre todos los soles ya se me canta aceite de júbilos.
Siento en mis manos venir la luz entera de la mañana.
Jacobo Fijman

HERMANAS EN ALGÚN LUGAR

Tomo un recuerdo como en un puño.
Miro la habitación de eterno otoño vacío.
Traigo a mí los soles del tiempo.
Encierro una lágrima prófuga en un recuerdo olvidado.
Mi hermana no era parte de ningún lugar. No pertenecía al mundo violento. Esto lo afirmo porque yo la conocí muy bien. Ella conmigo hablaba a lengua suelta de todo, me contaba, a veces dolida, lo que sentía, sentían, lo que pensaba. Me contaba cómo veían una realidad tan clara y desesperante. Me contaba la salida, los cambios sociales que deberían poner en práctica para que todo sea más ‘humano’, decía ella. La recuerdo en el brillo. Mi hermana caminaba por la luz. Es así, por suerte, como vuelve su presencia. Es así como la extraño y la acerco a mí en cada llanto. Ella andaba en el albor del conocimiento. La filosofía era su pasión. En la Universidad de Buenos Aires tomó vuelo propio su pensamiento. Fue allí donde comenzaron las ideas, el principio de una gran utopía. El soñar soñando la vida. El vivir la vida en el extracto del pensamiento puro. En esos años se podía pensar en cambios, pensarlos. Todos pensábamos en cambios. Ser joven. El pensamiento joven desarticulado parecía, ahora lo puedo decir desde la distancia, estar prohibido. El pie de plomo aplastaba todo brote de razón con su mente de estiércol, con sus pensamientos obtusos.
Desde que nací todos me llaman Norma, dos años más tarde nació Clara, mi hermana. Sólo sus fotos ayudan a este recuerdo vago. Dos días después de que ella apareció con vida, su rostro no era el mismo. Nunca imaginé que podía ser tan ingenua para recurrir a la justicia, a una justicia tomada, para denunciar lo que vivió. Lo que sabía.
A los veintiséis días del mes de marzo se la llevaron junto a un grupo de compañeros. Los arrastraron de la casa de Luis Vera Cruz y les hicieron vivir la muerte. Ella apareció en casa de la abuela la mañana de la tristeza, una mañana prófuga. Ella apareció no siendo ella. Cuando la abracé no la sentí, fue como abrazar una coraza, como, en realidad, no abrazarla. A llanto limpio me contó lo siguiente: ¡no sé! No sé nada, nada, lo juro. No sé qué nos pasó. Todo fue muy rápido. Nos llevaron a los tirones de pelos. Tenían armas. Muchas armas. No explicaron nada. Se llevaron los libros, revolvieron todo. Rompían todo. No sé por qué, lo juro. Sólo éramos remos. Sólo remos. No la podía ver así. Ella era mujer sensible. Mujer de razón. La mujer de la espalda desnuda en el albor de la vida. Cuando me hablaba no parecía su voz. Una voz de túnel vacío sentirás al escuchar hablar a un muerto.
Catorce días sin olvido. Catorce días después comenzó la noche a vivir el día. Nosotros la buscamos en todos los lugares. Al principio creímos que se habían ido de la ciudad. No te olvides del miedo. Creímos que podrían estar en el refugio, en lo de la tía del sur. Ellos hablaban de Uruguay, o de España. Hablaban de irse. La gente no estaba enterada de nada. Todo era invisible, en la realidad no sucedía nada. Lo que se preguntaba no se respondía. Cuando estuvo más tranquila me describió las sombras: nos tenían a todos encerrados en una especie de cuarto en ruinas, sucio de polvo de otros tiempos. Las paredes salpicadas de lamentos le hacían eco a los gritos desgarrados. Gritos lejanos, llantos de niños, de hombres, llantos sin olvido. Se escuchaban pasos. Los pasos de la muerte. Eso era realmente fuerte. Después de que escuchábamos esos pasos sin nombre ni rostro arrastraban a cualquiera de nosotros. Se podían escuchar las uñas arrancar el revoque, arrancarse la sangre. Los gritos de éstos hacían que todos gritásemos y llorásemos. Sabíamos que al que se llevaban no volvía y nunca más escuchábamos su voz. El miedo era total. La oscuridad era todo. No podíamos hablar entre nosotros y a Luis no llegué a verlo nunca más. No pude tomar sus manos ni besar sus labios por última vez. Él era mi pájaro de luz, ahora ciego de luz. Lo último que supe de él fueron sus gritos desesperados, sus gritos que aún no puedo borrar de mi memoria y parecen enloquecerme. El día a día era la realidad de la tortura y la pólvora. El olor a muerte se grabó en mi memoria y me llama con su voz de olvido. ¡Cuánto dolor...mi querido huérfano de luz! Una madrugada me tomaron de los pelos, me golpearon, pude ver la muerte sonreír. Pude ver a mi pájaro de luz llamarme. En una bolsa de arpillera me arrojaron en un descampado en las afueras del infierno. Me quedé dentro de la bolsa, lloraba y temía salir. Temía verles la cara a mis asesinos. Cuando todo se calmó y la mañana rosada me acarició, corrí desesperada. Corrí descalza y semidesnuda. Corrí hacia la luz.Todo me lo contó entre llantos, con la respiración entrecortada, con la mirada perdida. Cuando se repuso, cuando recuperó sus fuerzas salió a la calle a denunciar lo que sabía. Yo no la pude parar. Lo entendía como un error. La justicia no existía, todo funcionaba bajo el manto del miedo. Lo que más lamento es no haberla detenido. Pronto la atajó la policía y se la llevaron por demencia. Fue analizada por su sistema, por sus analistas. Ellos combinaron encerrarla en un psiquiátrico. La drogaban todo el tiempo para que no hablase verdades. Caminando por los pasillos oscuros y sin salida mi hermana seguía amando, seguía pensando de a ratos. En voz alta gritaba verdades. Yo sé que su pájaro de luz la va a guiar a un mundo mejor, a un santuario donde no exista dolor.

Fulano de Tal


FULANO DE TAL

Yo era un hombre cualquiera, de esos que caminan por una calle cualquiera. Vestía ropa cualquiera y no me importaba más que lo que en la realidad no sucedía. Yo era un hombre de trapo de lavar que se mezclaba con los escombros. No tenía ninguna inquietud que sea realmente inquietante y cualquier árbol teñido de otoño me impresionaba tanto como el último grito de la tecnología japonesa. En mis cuentas todos los números eran cero y el resultado no tenía monto. Recuerdo que el cero o un número cualquiera eran lo mismo. No me convencía ni sumar, ni restar; me daba igual el cero que el diez. Cuando a la mañana despertaba era un día cualquiera, igual a cualquier día de invierno o de verano. No me importaba tener lo que no tengo o no tener lo que debiera tener. No me dolía no amarla ni me interesaba nada que no me amase. No quería ser alguien que le importase ser suyo, ni mío, ni de nadie. En las horas que perdía pensando en lo que debía pensar, no me importaba que nadie piense lo que yo pensaba. Yo, como ya les dije, caminaba por las calles en las que los nadies caminan, porque esas eran las calles cualquiera, las calles de nadie donde orinan los perros sin nombre. En aquel tiempo ninguna mujer me interesaba más que otra. Sólo buscaba una mujer que caminara por un lugar cualquiera. Yo, repito, era un tipo como cualquiera, que pensaba como cualquiera y que sentía como cualquiera. Ni vos, ni yo, ni él, ni cualquiera de nosotros valíamos más que un pucho ya fumado. Miraba un canal cualquiera que me informaba lo que debiera saber de la nada que la realidad presentaba. Ya de joven trabajaba de mozo en un restaurante de medio pelo, mi sueldo era de tres con cincuenta y me alcanzaba porque mi vida era de dos con cincuenta. Atendía quince mesas de manteles desteñidos y los comensales me llamaban de un silbido como a un perro. Recuerdo la bronca que me producía ese sonido; y evidentemente los iba a atender con la cara de perro que mejor me salía. Estuve a punto de aprender a ladrar pero el tiempo no estuvo de mi lado y el restaurante quebró y me vi en la calle y sin empleo. Ahí fue cuando conocí a un tal Bautista, párroco de una capilla de mala muerte en las afueras de infierno. Él me contuvo en la depresión del desempleo y me amparó durante un tiempo. A poco de conocerme me pidió algo que por más pobre que sea nunca haría. Luego me alejé de la gracia del “señor” y fui peón de albañil, de pintor, de electricista, de mecánico, cuidé coches, paseé perros, fui plomo de una banda de cumbia, vendí perfumes robados, limpié vidrios, lavé coches, fui changarín de un ruin, limpié tripas de pescado en la boca, vendí en los trenes hasta que de una gran golpiza casi me matan y me arrojan por la borda. Volví a ser peón de albañil y de mecánico; reincidí a cuidar coches y pintar rejas. Los años pasaban y ya era menos que cualquiera, pedía monedas en las peatonales y mis ropas comenzaban a envejecer y a desgarrarse. Los lunes, en la pensión, me arreglaba lo más que podía y salía a buscar un trabajo digno, al menos de tres con cincuenta. Esos días de lunes las mañanas parecían noches, lugar por lugar oscurecían mi vida y la esperanza marchita se ahogaba en tardes etílicas. Comencé a perder viejas y buenas amistades y a relacionarme con gente que también deambulaba en la búsqueda de un mínimo trabajo o la caridad de quien nos desprecia. Un miércoles por la tarde recibí la noticia que me cambió la vida para siempre: la mujer de la pensión que todavía me tenía aprecio falleció de gastada y el hijo de puta del nieto me echó de un punta pie al empedrado. Ahora sí que estaba jodido. Las calles fueron mías y el trabajo más digno que tenía era el de cuidar coches en la vía pública y manguear monedas a los turistas. Por las noches me refugiaba bajo el alero de la iglesia redonda de Belgrano; de vez en cuando nos corrían a todos a los palos en el nombre de “dios” y debíamos buscar refugio en otro lado, en el infierno mismo. Así transcurrió mi vida, me creció la barba a falta de espejo y por dejadez. Mis ropas eran las únicas que tenía, las puestas, ellas tenían las calles y las noches grabadas como un mapa del desamparo total. No tenía ya absolutamente nada y con lo poco que me importaba no ser un tipo menos que cualquiera me dejé llevar por las calles que no conducían a ninguna parte. Ahora que el tiempo transcurrió mi vida envejeció prematura, me encuentro tendido sobre unos cartones y cubierto por diarios que nadie lee, a la sombra de los prejuicios. Bebo vino de última y observo que por la vereda de enfrente pasa un tipo cualquiera que trabaja en un restaurante mediocre donde lo tratan como perro y que está por quebrar y dejarlo en la calle.

Martín Aleandro 19/5/2007

Un tal Bautista




UN TAL BAUTISTA

Tras la penumbra del nuevo día recordé tu nombre y en los soles pérfidos de mi memoria se acompasó mi infancia náufraga. Hoy es un día en la historia de siempre. ¡Sálvame Señor!, hurta tus redes del pasado y libera mi vida, no me dejes caer en la divina tentación divina. Quítame esta pena que arraigo como a un cepo.
Bautista, a tus pies yacen fértiles los pecados del mundo. Elevas tu cabeza por encima de la cruz y no ves más allá de ella. Ajeas tus libros mal sufridos que derramados por la mesa están. Debieras verte. Solo y en ausencia. Tu estás siempre a la sombra queriendo descubrir con ímpetu el paño bordó que cubre el sol de la mañana. Estás clavando con filo tu mirada en el ayer, en el hoy que no ves. Querido Bautista, ya en tus tiempos de luces tomaste la palabra en vano, convenciste a Nicanor de regalar su rebaño y unir sus fuerzas a las tuyas, para luego, en los tiempos de cólera civil asesinarlo a la vanguardia del día con el engaño y nuevamente con la palabra. Humillaste la pobreza de tus fieles, saqueaste sus hogares de tierra con la promesa errada de un mañana, con la palabra, con la palabra no santa. Has roto el cristal, Bautista, has permitido prostituir tu voz.
El día en que te conocí te expusiste como un camino, parecía que en ti estaba todo lo que necesitaba. Abriste la puerta y revelaste tu perfil más amable. Entre la calle y la indigencia el pecado de estar vivo me sucumbe. En aquellas tardes podías hacerme ver la salida salva, me decías que tome fuerzas, que me pare, que camine por la luz de tus palabras; lo más asombroso es que pude hacerlo, me incorporé de mi peor derrota y caminé por tus voces. A los pocos días parecía ser otro, parecía que todo el pasado se aglutinaba en un ayer de derrumbe. Ya las tardes gastadas, con sus brillos opacos, me sabían a muerte, a prisión de almas. Desde las luces y hasta las sombras, las sales que había olvidado comenzaban a tener sentido, a saber sabor. La armonía espléndida estaba bajo tu palabra, bajo tu mano, bajo tu mirada. Padre. Nací el 10 de octubre del `70 y renací con tu bautismo luego de casi treinta infiernos. Al punto de ser la escoria regada de lamentos, hundí en un barro de sangre mis pensamientos. Ya de menor elegía pecar, el camino de las mentiras era el más fácil. Le mentí, Padre, le mentí a Doña Ester, la vecina de siempre cuando me indagaba por sus gallinas perdidas, por sus chajales, le dije que no los había visto, que no sabía nada, que lamentaba su pérdida. Le mentí, Padre, le mentí a Emmanuel de la Cruz y a sus policías. Después de permanecer escondido, de permanecer en las afueras del pueblo como sepultado en un exilio forzado, me callé lo que sabía. ¿Recuerdas a los hijos de los Gómez y al finado Ciro? Esa mañana, Claribel y Augusto Gómez habían llegado a la escuelita más temprano que de costumbre, el sol todavía tibio alargaba las sombras en su mañana y en su júbilo. Ciro Fontán, ese viejo beodo y pervertido ya había entablado varias veces diálogo con sus padres, a causa de esto, los niños no le temían y hasta lo saludaban cordialmente más allá de su aspecto desalineado y sucio. Utilizando la habilidad de un lobo los persuadió con la mentira y logró encerrarlos en la parte trasera de su Rastrojero. Nadie vio nada, nunca nadie nada ve cuando se trata de lobos. ¿Evocas en tu memoria que la mujer de Ciro y sus hijos fueron sepultados en un accidente en el `81? ¿Lo recuerdas? Desde entonces que el viejo se reveló iracundo pardo y no se supo más nada de su vida ni de sus sentimientos.
Por aquellos años se me acercó para ofrecerme un trabajo temporal, a la pocilga en que vivía se le estaba viniendo el techo abajo y él no podía repararlo solo. En esos días no pude acercarme a él, casi no emitía palabra alguna y la cerrazón de su persona era absoluta. Cuando desclavamos y volvimos a clavar el techo sobre su dormitorio vi que tenía las paredes repletas de frases escritas con tiza, no llegué a leer muchas, la que recuerdo decía algo de: Tiene, después de todo, algo de dulce caer tan bajo, en la pureza metafísica, en la luz sublime de la nada. Todo me resultó muy raro, el pasado del viejo, el presente del viejo, y las cuatro paredes cubiertas de escritos. Al haber culminado el trabajo en lo de Ciro, Doña Ester, la vecina del campo contiguo, me contrató para hacer unas refacciones y pintar de barniz la glorieta florida de su casa. Este trabajo llevaría un mes, por esto, es que Doña Ester me ofreció el establo para que morase lo que durara el compromiso. Desde el piso de arriba del establo se dibujaba plena la casita de Ciro Fontán, desde allí podía ver todo lo que sucedía, todos los movimientos del viejo. Esa mañana en la escuela, cuando Ciro secuestró a los niños, yo estaba en el corralón de enfrente en búsqueda de tintura para barniz. La secuencia del lobo la vi clara pero callé, no sé porque lo hice, Padre, le juro que me arrepiento de todo corazón, pero no sé porque lo hice. La misma tarde del hecho el pueblo estaba convulsionado y la policía rondaba por todos los rincones haciendo preguntas; tres veces les negué saber algo. El viejo patético los tenía encerrados en su cuarto y yo no sabía que haría con ellos. Padre, a mi la culpa me enloquecía día a día y por las noches no me dejaba dormir, al séptimo insomnio escuchaba gallinas por todos lados, las odiaba, parecía enloquecer por sus espantosos ruidos. Escuchaba el llanto eterno de los niños y también los odiaba. Cuando no aguanté esa pena un segundo más me levanté, me vestí y salí a viento frío y violento de esa noche.
Y por la oscuridad corrí, esa noche de tormenta fue mi cómplice y mi salvadora. En las oscuras chispas, en sus últimos fulgores sin sangrías corrí. ¡Sálvame Señor!, en tu furia lavé mi conciencia de mi conciencia.
Padre, yo los desollé, los desollé como tu lo haces, y lo que es peor, sentí placer, sentí el placer de su sangre tibia en mis manos sucias.

Cada vez que respiro




CADA VEZ QUE RESPIRO
Por más que intento no puedo recordar el último momento en que vi la luz. Por más que me esfuerce todo quedó en el pasado. En un pasado que ya el tiempo ha olvidado y ha dejado atrás como los años idos y los días de luz ciega. En este agujero en que me metí toda la realidad se escapa, no soporta verme así. El tiempo ya es historia y las historias sólo se han quedado en el tiempo que no comparto. ¡Eso sí! Apenas puedo recordar la noche en que la conocí, la confusión en la cual empecé a ganarme este agujero. Era una noche vaga y sin rocío. Una velada en que las mentiras rapaces fluían más veloces que los besos que recibía. La rubia piel del frío se vistió de falsa ternura y sedujo mi inocencia. Su mirada de monstruo se encontró con mi lado más perverso y juntos nos perdimos en lo profundo de una relación de cuchillo. ¡Sí! Apenas recuerdo las calles del barrio que amarillas despedían el último otoño que mis ojos verían jamás. Su número telefónico en la marquilla de cigarrillos fue su rastro fatal. Sus besos mentirosos y canallas se mezclaron con la piel de mi cuerpo desnudo en su afán de babosa desbocada. Nuestros fluidos se mixturaron en la espesa turba del sexo sin límites. Por eso estoy aquí, en este pozo, en este oscuro fondo interior mío que apenas recuerdo. ¡No!, es mentira. En realidad no la conocí. ¡Ella me conoció!, me habló y clavó su espina de rosa y veneno. ¡Sí! Creo que es así como lo recuerdo. Es que ciertamente no lo recuerdo. Su rostro se hace agua y no puedo hacer memoria, sólo sus palabras verdaderamente falsas son las que pululan en las tinieblas en que vivo. ¡Qué olor a polvo que me trae su saliva! De alma a alma sólo cenizas y promesas perdidas han quedado. Promesas de ahogado, como ese compañero de celda en el hospital me decía que sólo la muerte aliviaría tanto dolor y me prometía morir después de volver a ver la primavera. A la noche siguiente se lo llevaron tapado hasta la mollera. ¡Cuánta razón! Sólo la muerte es el alivio y la calma. Él me miraba con sus ojos de perro enfermo y me decía la verdad que nunca comprendí. Si el cielo existe, en algún lugar lo encontraré, en algún lugar le contaré como verdearon los caminos y las flores se mostraron maravillosas. Pero por más que intente no consigo recordar el último día en que vi la luz. Si mi memoria es fiel, logro recordar el día en que trajeron al rubio polaquito de la cama contigua. ¡Pobre!. Flaco, escuálido y puro hueso lo depositaron casi desmayado, lo taparon y al rato los médicos parecían apostar cuanto tiempo duraría con vida. Cuando despertó lo miré y le dije: “Aquí yace el imperfecto que allá arriba falleció tan puntualmente que hasta hoy sobrevivió”. En realidad no sé de qué se pudo haber reído. Lo que le dije es un epitafio que mi amigo Samuel utilizó con uno de sus personajes. No tenía nada de gracioso, era simplemente triste. Triste como nuestra situación. Cuando se logró incorporar en la cama tosió y vomitó sangre sobre las sábanas blancas. Al rato me contó en su lenguaje callejero cómo fue que llegó a estar aquí junto a mí. Hacía cinco años que era adicto al paco, muy adicto, fumaba de esa maldita pipa metálica todo el día y era capaz de hacer cualquier cosa por darle mecha. Comenzó a robar de vez en cuando y luego andaba con un revólver todo el día. ¡No sé porqué mierda puedo recordar esto y no la cara de la perra que me embrujó! Me contó que en una redada la policía lo atajó y acusó de una parva de crímenes. Lo detuvieron y quedó pegado en Ezeiza tres años. Allí fue violado por sus compañeros reiteradas veces hasta que la enfermedad prendió en él como una flor negra. Su pequeño cuerpo de trapo de piso se llenó de gusanos. Cuando le dieron la falsa libertad lo depositaron aquí, sobre su rojo vómito.
¡No logro recordar el último día en que vi la luz!.
Abro los ojos y veo la nada que es un largo túnel oscuro con olor a humedad. Cada vez que respiro lo quiero hacer al lado de una ventana abierta, trato de recordar ese último otoño amarillo que con su brillo está cada vez más lejos, cada vez más cerca y no lo consigo. Sólo recuerdo con fiera fidelidad ese olor a polvo que tenían esos besos canallas que me mintieron la vida. Con qué facilidad utilizaba su belleza para hacerse querer, su desdichada situación para conseguir ternura, y qué estúpido mi corazón que se abrió y creyó estar lleno. Hace unos días atrás, no recuerdo bien quién me comentó que ella había fallecido. Ese fue el último día en que mis lágrimas mojaron la piel de mis pálidas mejillas. Hoy me están velando vivo a cajón cerrado y yo cada vez que respiro pienso en ella, en su rostro borrado por el odio. Abro los ojos y veo ese largo túnel oscuro y escucho como allá arriba nadie me llora. Ya no siento mi cuerpo pero sí siento el de ella.
¡No consigo recordar el último día en que vi la luz!. Aunque sí, y de forma intermitente, logro palpar el sabor de sus últimos besos serenos.


Martín Aleandro 15-4-07

El polaquito de la cama contigua

EL POLAQUITO DE LA CAMA CONTIGUA

—Las calles de tierra que rodean mi casa y las de muchos como yo eran el escondite perfecto. En el mismo barro todos somos iguales, estamos hechos de barro y nuestra piel tiene el color del barro. En la nada en que estamos sumergidos nos mezclamos y reproducimos y cada vez somos más y más barro para las grandes ciudades. Tenemos nuestro propio lenguaje y códigos. Nuestra forma de ser una barriada impenetrable nos da protección contra la yuta o contra los giles que se piensan que se pueden meter como a cualquier barrio. Yo soy unos de los muy pocos rubiecitos del suburbio del fondo y no me preguntes por qué porque no lo sé; pero de chiquito los guachos del potrero me decían el polaquito. A mi viejo, ese hijo de puta, nunca lo conocí, ¿sabés? Mi vieja, de guacho, me presentó muchos tipos que de boludito pensaba que eran mi viejo o amigos de ella. Cuando crecí me di cuenta que mi vieja era una puta y me fui a vivir a una casilla más al fondo ¿sabés?, con unos tipos que me daban laburo de vez en cuando. Al poco tiempo era un callejero con la noche a cuestas. Los días eran para la gilada. En las noches estaban las tranzas y siempre salían de arriba un par de bolsitas de paco para fumar. Mi trabajo comenzó reduciendo los aparatos que robaban los pibes más grandes y la paga era en paco, el mismo paco que ellos luqueaban en el pasillo de la villa. ¡Cómo me gustaba fumár esa gilada!. ¡Qué placér chavón, cuando contenés el humo hasta la manija y lo largás! Son lo cinco minuto más copados de la vida. Por esa gilada era capaz de cualquier cosa, de meterle caño a cualquier gil o a los negocios chiquitos que son fáciles. Esto vi que era una gilada y me conseguí para mi un caño, un fierro copado ¿sabés?, una de esas pistolas que se parecen a las de los canas ¿sabés?. ¡Qué bueno boludo! Le metí caño a todo el gil que cruzara que no fuera del barrio. Después se me salió la cadena e iba al centro y ponía todo los kiosquitos; les chafaba la guita, los puchos y las tarjetas de teléfono que son fáciles de reducir. Ahí fumaba pipa todo el tiempo, estaba puesto hecho una momia de día y de noche. ¡Qué bueno boludo!. Al poco tiempo hubo una volteada grande en los chaperios, cayeron pegados algunos tranzas de paco, lo más giles ¿sabés?. Los otros más piolas saben donde esconderse. En esa misma redada me engancharon de gil ¿sabés?. Yo estaba fumando gilada en la casilla del Tortuga y patearon la puerta los ratis para buscarlo a él que vendía gilada. Ahí quedé pegado, me encontraron el caño y una bocha de viejas y chavones me reconocieron en la taquería. Estaba hasta las bolas ¿sabés?. Tres años de vacaciones en la reja. ¡¿Sabés lo que es eso?!. Ahí si no tenés un conocido o sos polenta te tienen de hijo ¿sabés?. Te hacen lavarles la ropa, le tenés que dar la papa que te dan los cobanis, la comida ¿entendés?; y si te hacés el boludo te agarran entre cuatro o cinco y te desarman a golpes y te usan de putita. ¿Sabés lo que es eso?, te rompen el culo boludo, te usan de minita y lo hacen cuando andan alzados como los perros ¿sabés? Una vez por semana te cogen entre todos. Cuando me dieron la libertad salí enfermo, cualquier gilada me dejaba de cama y cada vez peor, vomito sangre como recién todas las mañanas. Ahora me trajeron aquí pero sé que me voy a ver al barba ¿sabés?. Sé que para estar así es preferible estar muerto. Cada vez me siento peor, lo único que quiero es que llegue la primavera para cumplir veinticinco años. ¡Te prometo que voy a llegar! La primavera es lo que más me gusta del año, hace calor y las minitas se sacan las ropas. Mirame como estoy, lleno de manchas por todos el cuerpo y esos putos médicos del orto que no me sacan esta enfermedad nunca. ¡Hey! ¡Chavón!—.
No sé para que le cuento mi historia a este gil si se va a quedar dormido. Este gil de la cama de al lado me cae bien, espero que no se muera pronto así charlamos un rato cuando podemos hacerlo. Pobre boludo, se enconchó con una puta casada que le prometía que era del nomás y la muy putita se encamaba con el ex y con un par de giles más. Él le decía la rubiecita y me decía que era linda; pero todas las minas son iguales, son todas unas putas de mierda. Recuerdo la Claudia, esa petiza era la única que me hacía calentar. Me recuerdo de la fiebre que tenía el padre cuando se enteró que andaba conmigo. Yo ya tenía mala fama en el chaperio y siempre que podía le chafaba algún manguito al viejo de ella. Cuando se enteraba me corría con la cuchilla y una vez con la escopeta. Por suerte cuando salí del penal no llegué a verla; sino ella también se estaría muriendo como todos los que estamos aquí.




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