viernes, 3 de octubre de 2008

Cada vez que respiro




CADA VEZ QUE RESPIRO
Por más que intento no puedo recordar el último momento en que vi la luz. Por más que me esfuerce todo quedó en el pasado. En un pasado que ya el tiempo ha olvidado y ha dejado atrás como los años idos y los días de luz ciega. En este agujero en que me metí toda la realidad se escapa, no soporta verme así. El tiempo ya es historia y las historias sólo se han quedado en el tiempo que no comparto. ¡Eso sí! Apenas puedo recordar la noche en que la conocí, la confusión en la cual empecé a ganarme este agujero. Era una noche vaga y sin rocío. Una velada en que las mentiras rapaces fluían más veloces que los besos que recibía. La rubia piel del frío se vistió de falsa ternura y sedujo mi inocencia. Su mirada de monstruo se encontró con mi lado más perverso y juntos nos perdimos en lo profundo de una relación de cuchillo. ¡Sí! Apenas recuerdo las calles del barrio que amarillas despedían el último otoño que mis ojos verían jamás. Su número telefónico en la marquilla de cigarrillos fue su rastro fatal. Sus besos mentirosos y canallas se mezclaron con la piel de mi cuerpo desnudo en su afán de babosa desbocada. Nuestros fluidos se mixturaron en la espesa turba del sexo sin límites. Por eso estoy aquí, en este pozo, en este oscuro fondo interior mío que apenas recuerdo. ¡No!, es mentira. En realidad no la conocí. ¡Ella me conoció!, me habló y clavó su espina de rosa y veneno. ¡Sí! Creo que es así como lo recuerdo. Es que ciertamente no lo recuerdo. Su rostro se hace agua y no puedo hacer memoria, sólo sus palabras verdaderamente falsas son las que pululan en las tinieblas en que vivo. ¡Qué olor a polvo que me trae su saliva! De alma a alma sólo cenizas y promesas perdidas han quedado. Promesas de ahogado, como ese compañero de celda en el hospital me decía que sólo la muerte aliviaría tanto dolor y me prometía morir después de volver a ver la primavera. A la noche siguiente se lo llevaron tapado hasta la mollera. ¡Cuánta razón! Sólo la muerte es el alivio y la calma. Él me miraba con sus ojos de perro enfermo y me decía la verdad que nunca comprendí. Si el cielo existe, en algún lugar lo encontraré, en algún lugar le contaré como verdearon los caminos y las flores se mostraron maravillosas. Pero por más que intente no consigo recordar el último día en que vi la luz. Si mi memoria es fiel, logro recordar el día en que trajeron al rubio polaquito de la cama contigua. ¡Pobre!. Flaco, escuálido y puro hueso lo depositaron casi desmayado, lo taparon y al rato los médicos parecían apostar cuanto tiempo duraría con vida. Cuando despertó lo miré y le dije: “Aquí yace el imperfecto que allá arriba falleció tan puntualmente que hasta hoy sobrevivió”. En realidad no sé de qué se pudo haber reído. Lo que le dije es un epitafio que mi amigo Samuel utilizó con uno de sus personajes. No tenía nada de gracioso, era simplemente triste. Triste como nuestra situación. Cuando se logró incorporar en la cama tosió y vomitó sangre sobre las sábanas blancas. Al rato me contó en su lenguaje callejero cómo fue que llegó a estar aquí junto a mí. Hacía cinco años que era adicto al paco, muy adicto, fumaba de esa maldita pipa metálica todo el día y era capaz de hacer cualquier cosa por darle mecha. Comenzó a robar de vez en cuando y luego andaba con un revólver todo el día. ¡No sé porqué mierda puedo recordar esto y no la cara de la perra que me embrujó! Me contó que en una redada la policía lo atajó y acusó de una parva de crímenes. Lo detuvieron y quedó pegado en Ezeiza tres años. Allí fue violado por sus compañeros reiteradas veces hasta que la enfermedad prendió en él como una flor negra. Su pequeño cuerpo de trapo de piso se llenó de gusanos. Cuando le dieron la falsa libertad lo depositaron aquí, sobre su rojo vómito.
¡No logro recordar el último día en que vi la luz!.
Abro los ojos y veo la nada que es un largo túnel oscuro con olor a humedad. Cada vez que respiro lo quiero hacer al lado de una ventana abierta, trato de recordar ese último otoño amarillo que con su brillo está cada vez más lejos, cada vez más cerca y no lo consigo. Sólo recuerdo con fiera fidelidad ese olor a polvo que tenían esos besos canallas que me mintieron la vida. Con qué facilidad utilizaba su belleza para hacerse querer, su desdichada situación para conseguir ternura, y qué estúpido mi corazón que se abrió y creyó estar lleno. Hace unos días atrás, no recuerdo bien quién me comentó que ella había fallecido. Ese fue el último día en que mis lágrimas mojaron la piel de mis pálidas mejillas. Hoy me están velando vivo a cajón cerrado y yo cada vez que respiro pienso en ella, en su rostro borrado por el odio. Abro los ojos y veo ese largo túnel oscuro y escucho como allá arriba nadie me llora. Ya no siento mi cuerpo pero sí siento el de ella.
¡No consigo recordar el último día en que vi la luz!. Aunque sí, y de forma intermitente, logro palpar el sabor de sus últimos besos serenos.


Martín Aleandro 15-4-07

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